Durante casi un año, Anna Sorokin, de 28 años, se vistió con las grandes marcas, se calzó unas gafas de Céline y engañó a celebridades, artistas y banqueros de Nueva York, haciéndose pasar por una gran heredera alemana interesada en abrir un club privado.


Cómo llegó a mezclarse con la alta sociedad, la trama de sus mentiras y su caída


“Toda esta historia es totalmente cierta, excepto todas las partes que fueron totalmente inventadas”, se advierte con deliberada redundancia casi al principio de cada uno de los nueve capítulos de Inventing Anna (Inventando a Anna), la miniserie dirigida por Shonda Rhimes (Scandal, Anatomía de Grey) que cuenta el casi increíble periplo de estafas contra bancos, inversionistas, hoteles, financistas, marchands de arte y diseñadores de modas de Nueva York cometido por una inmigrante veinteañera que, sin nada que lo probara, se hizo pasar como heredera de una gran fortuna familiar.


Se la veía siempre vestida con ropa de Prada, Balenciaga, Alaïa y otras casas de alta costura; llevaba carteras de Chanel y joyas de diseño. Comía en los restaurantes más caros y exclusivos, como Sadelle’s en Soho, Carbone, Mercer Kitchen o Butcher’s Daughter, donde siempre pagaba en efectivo

Es una advertencia necesaria, porque una de las mayores dificultades que tuvieron la producción de la miniserie de Netflix -que hoy es éxito mundial- y la propia justicia norteamericana fue que los damnificados contaran cómo esa chica que se presentaba con el nombre de Anna Delvey y decía ser la heredera de un potentado alemán los había engañado.

Porque a nadie le gusta pasar por tonto y mucho menos si es una figura conocida que depende de su imagen para seguir pesando en ese pequeño gran mundo neoyorquino de ricos, famosos y poderosos.

Eso y la reticencia de la propia estafadora hicieron que fuera muy difícil reconstruir –y la miniserie, basada en un largo reportaje de la periodista de la revista New York Jessica Pressler desiste de hacerlo, por eso la advertencia– la verdadera historia de Anna Sorokin (a) Anna Devley, la joven nacida en Rusia y criada en Alemania que haciendo de sí misma una marca logró engañar a todos durante cuatro años.

Una heredera nacida de la nada

Aviso al lector: puede leer con tranquilidad, que aquí no se va a spoilear la miniserie. Solamente se contará la historia de Anna Sorokin/Devley, sin desvelar la trama de la ficción.

La joven que se presentaba como Anna Devley llegó desde Paris a Nueva York como pasante de la revista francesa de arte y moda Purple. Tenía 22 años y era el furgón de cola del grupo que ese medio había enviado para cubrir la Semana de la Moda.

Su empleo –en realidad era una beca- le daba un ingreso de 400 euros por mes, pero las características de la revista y los contactos de los periodistas a los que acompañaba le permitieron conocer a las más importantes figuras de la moda y el arte, el acceso a cócteles y desfiles, y la posibilidad de entablar relaciones. Tanto le gustó Nueva York que decidió quedarse en la corresponsalía de la revista.

Pero 400 euros no alcanzaban para nada en Nueva York y, además, Anna tenía grandes sueños y una enorme habilidad para construir un personaje que, junto con los primeros contactos que había hecho, le abrieron casi todas las puertas: la de una rica heredera, hija de un potentado alemán, poseedora de un fideicomiso de 60 millones de dólares al cual podría acceder cuando cumpliera 25 años.


Su sueño era crear un club exclusivo de arte contemporáneo, gastronomía e incluso hotelería que llamaría Fundación Anna Delvey (ADF), superior incluso al famoso Soho House. Incluso había elegido el lugar donde funcionaría: seis pisos de la histórica Church Missions House, un edificio emblemático en la esquina de Park Avenida y 22.

Para lograrlo necesitaba dinero –unos 40 millones de dólares- y, decía, no iba a esperar a cumplir los 25 años, cuando cobraría el fideicomiso familiar, sino que lo haría con préstamos e inversiones.

Eso decía en las reuniones y exhibía en las redes sociales, que manejaba con enorme habilidad. Nadie dudaba de lo que contaba, porque llevaba y mostraba una vida acorde a la de una joven millonaria.

Lo realmente increíble era cómo lo conseguía.



Fuente: INFOBAE